Secuestro
de ediciones de periódicos y emisiones televisivas cortadas abruptamente
muestran cómo avanza el acoso a la prensa, que se inició con el golpe de Estado
de 2013
Ricard
González El Cairo 29 NOV2014 - El Páis
La
censura en Egipto ya no afecta solo a los medios opositores, prácticamente
todos clausurados, sino incluso también a los fervientes seguidores del
presidente Abdelfatá al Sisi, como el popular presentador de televisión Wael al
Ibrashy. Recientemente, la señal de su programa A las 10 sufrió un corte
súbito mientras ofrecía un vídeo crítico con las autoridades por su reacción a
un incendio en la ciudad de Mahalla (al norte de El Cairo). El presentador ha
declarado que ya había sido amenazado de sanción tras el programa anterior, en
el que trató el caso de una mujer que dio a luz frente a la puerta de un
hospital al no haber sido admitida en el centro. La noticia desató una gran
indignación popular y circuló como la pólvora por las redes sociales.
Incluso
tras el polémico corte, Al Ibrashy se mantiene firme en su apoyo al régimen:
“La suspensión de mi programa por presiones de algunos ministros no afectará mi
convicción… en el proyecto nacional del presidente Al Sisi”.
Su
caso no es único, lo que sugiere un nuevo recorte en el margen de maniobra de
la prensa. El pasado 1 de octubre, la primera edición del diario privado más
vendido, Al-Masry al-Youm, fue secuestrada por incluir una entrevista
con el exespía Refaat Jibril sin previo permiso de los servicios de
inteligencia.
A menudo, el primer obstáculo a la
libertad de expresión es la autocensura. Tras un sangriento atentado en el
Sinaí, 17 directores de periódicos egipcios se comprometieron a través de un
comunicado conjunto a no criticar a las instituciones del Estado para no
perjudicar la lucha antiterrorista. Más de 300 periodistas egipcios
respondieron unos días después con una declaración en la que denunciaban la
“rendición voluntaria” de la labor de informar a la opinión pública que suponía
la posición de los responsables de los medios.
En
Egipto, la campaña de hostigamiento contra la libertad informativa se inició
inmediatamente después del golpe de Estado de julio de 2013 que derrocó al
islamista Mohamed Morsi, primer presidente electo del país. Al menos una decena
de televisiones, la mayoría de carácter religioso o proislamistas, fueron
cerradas y decenas de periodistas arrestados. El caso que adquirió mayor
notoriedad internacional fue el juicio y condena a largas penas de cárcel a
tres reporteros de la cadena en inglés de la televisión Al Yazira, uno de ellos
de nacionalidad australiana. Precisamente, en referencia a este caso, el
presidente Al Sisi declaró el lunes que los reporteros extranjeros “que se
pasan de la raya” deberían ser deportados y no encarcelados. Sin embargo,
explicó que mientras haya recursos judiciales en vigor, no puede conceder un
perdón presidencial.
La
persecución de los reporteros se produce a pesar de la aprobación en enero de
una Constitución que protege, en teoría, la libertad de expresión. “Los asaltos
a los periodistas van a más como consecuencia de una campaña organizada para
demonizar los medios independientes y críticos”, sostiene Sherif Mansur,
responsable del Comité para la Protección de Periodistas para Oriente Próximo.
La
falta de libertad es aún más flagrante en los medios públicos, mayoritarios en
la prensa escrita. “Hemos vuelto al periodo prerrevolucionario. Los reporteros
leen atentamente los discursos de Al Sisi, y se limitan a seguir la línea
oficial. Hay mucha autocensura”, se lamenta Jaled Dawud, reportero de un semanario
en inglés vinculado al diario Al Ahram. Considerado el rotativo de
cabecera durante décadas, Al Ahram tuvo la semana pasada un
comportamiento bochornoso, pues citó un artículo de The New York Times
tergiversándolo para que pareciera que era elogioso con el rais Al Sisi. Tras
destaparse el escándalo, el periódico se disculpó en su versión online
en inglés, pero en su versión árabe atacó ferozmente al rotativo neoyorquino.
No solo los Hermanos Musulmanes utilizan dos discursos, uno de consumo
doméstico y otro internacional.
“La
situación es peor que en la era Mubarak”, concluye Mansur basándose en las
cifras que maneja su organización. Mientras en 2010 sólo había un periodista
encarcelado, la cifra asciende ahora a una docena. Además, las líneas rojas se
han ampliado notablemente. Antes, solo estaban vetadas las críticas personales
dirigidas al jefe de Estado. En cambio, a Al Ibrashy no le han dejado censurar
ni tan siquiera a un ministro.
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