Por:
José Naranjo | 17 de diciembre de 2012
La
casa de Abasse Ndione se encuentra casi al final de Rufisque, a las afueras de
Dakar, muy cerca de una enorme fábrica de cemento. A la sombra de las torres
de esta inmensa estructura correteaba hace 60 años el pequeño Abasse, pues su padre,
comerciante y agricultor, también trabajó allí durante años. Así es este
impenitente devorador de libros, uno de los escritores más reconocidos de
Senegal, pero a la vez hombre sencillo, amante de la vida en familia,
discreto, acogedor. Un autor que se resiste a las nuevas tecnologías, no
tiene teléfono móvil y sigue escribiendo a mano, pero a quien le gusta
estar informado de lo que ocurre a su alrededor y que luego traslada a sus
novelas. Considerado uno de los pocos autores africanos de novela negra, el
pasado 11 de diciembre participó, desde Dakar, en una de las actividades del Salón Internacional del Libro Africano (SILA) que
este año se celebró en Gran Canaria.
Abasse
Ndione nació en Bargny, a pocos kilómetros de Rufisque, el 16 de diciembre de 1946. “Mi
infancia fue muy feliz, formidable. Éramos 14 ó 15 niños en la casa, mi padre
era polígamo y tenía varias mujeres. Como propietario de una piragua de pesca,
daba trabajo a treinta ó cuarenta personas, no pasamos necesidades. Además,
durante la II Guerra Mundial, trabajó con los americanos en una base que habían
montado al lado de casa, y cuando se fueron en 1945 la casa se llenó de muebles
y cosas que ellos le habían dejado. Recuerdo especialmente un fonógrafo con el
que toda la familia oía discos de jazz”.
Pero
no era lo único que escuchaban en la casa. El pequeño Abasse y sus hermanos
se reunían a menudo en el patio para disfrutar de las historias que se contaban
a la luz de los candiles. Normalmente eran las mujeres las encargadas de
inflamar la imaginación de los niños con historias extraordinarias en las que
los personajes eran espíritus mágicos, liebres inteligentes y escurridizas o
desagradables hienas. “Eran las tías de la familia las que asumían este rol,
pero me acuerdo también de un viejo pariente que venía de Podor, Papa Lö le
llamábamos, que nos impresionaba mucho por su manera de contar”, recuerda.
A
los siete años, Abasse comenzó a aprender el Corán en una escuela islámica, pero su padre se empeñó en
que también aprendiera otras disciplinas y acabó enviándolo a un colegio
francés. “Recuerdo el primer libro que leí en la escuela. Se llamaba En el
país azul, del escritor galo Armand Grébauval. Pero, desde mi mirada de
niño, me sentí muy decepcionado, yo pensaba que en los libros debía haber
también historias extraordinarias como las que nos contaban nuestras tías. Fue
en aquella época, allá por el año 1956, tendría yo unos diez años, cuando
decidí que un día yo también escribiría libros”.
Pocos
años más tarde, el joven Abasse se traslada a Saint Louis, al norte del
país, para estudiar Secundaria en el Liceo Peytavin. “Nuestro profesor nos
planteó un dilema, nos pidió que escribiéramos una redacción en la que
plasmáramos un recuerdo de nuestras vacaciones o bien qué queríamos ser de
mayores. Yo escogí esta opción y dije que quería ser escritor. Aproveché la
ocasión y le pregunté qué disciplina tenía que estudiar para convertirme en
escritor. Recuerdo su respuesta como si fuera hoy. Me dijo que no era una
cuestión de estudios, sino de sensibilidad, que en realidad no había ninguna
disciplina concreta que yo pudiera cursar para ser escritor, pero que tenía que
cultivarme mucho, leer mucho”, añade Ndione.
Y
empezó. No descartó ningún género, ningún autor. Abasse Ndione leyó todo lo
que cayó en sus manos. De Víctor Hugo a Balzac, de Dostoievski a Hemingway.
Finalmente se convirtió en enfermero de Estado y su primer destino fue la
ciudad de Sedhiou, en la región de Casamance, al sur del país. “Llegué allí
cargado con mis maletas en las que llevaba, sobre todo, libros. Después fui
trasladado a dos pequeños pueblos a donde casi nunca llegaban los medicamentos,
así que me pasaba las horas leyendo y leyendo. De todo. Cómic, novelas, piezas
de teatro, ensayos, cuentos”. Entre sus novelas preferidas, El viejo y el
mar, de Ernest Hemingway y No hay orquídeas para la señorita Blandish,
de James Hadley Chase.
Y
claro, como una cosa lleva a la otra y las casualidades no existen, Abasse
Ndione coge el bolígrafo. Cada noche, en una suerte de letanía, el enfermero
se quedaba escribiendo libretas y libretas, como si estuviera poseído. “Me
acuerdo que escribí tres libros, pero luego destruí los manuscritos. No me
gustaron”. Siete años después, fue destinado a Dakar y se instaló muy cerca de
la casa familiar, en Bargny. Y hasta allí, ahora sí, vino a buscarle su primera
novela. Fue en 1973. “Una noche hubo una redada en el pueblo y la Policía se
llevó a cuatro traficantes de cannabis. Para mí aquello era inaudito. Pero
claro, en mi ausencia había venido el mayo del 68, el movimiento hippie, la
guerra de Vietnam, Woodstock y tantas cosas. El mundo había cambiado”.
El
curioso Abasse Ndione empezó a investigar. Se encontró con que en el pequeño pueblo
donde había nacido había seguidores de Bob Marley que fumaban marihuana y un
mundo que para él era nuevo, desconocido y, por tanto, estimulante. Y volvió a
escribir. A la manera tradicional. Cada noche, cuando los niños y la mujer se
acostaban, Abasse sacaba su viejo cartón, se lo ponía sobre las rodillas, cogía
las libretas y el bolígrafo y se sumergía en ese mundo urbano y nuevo que
estaba surgiendo. En dos meses lo tenía terminado.
En
un primer momento, Abasse Ndione pensó que había escrito un guión
cinematográfico. Lo envió a la Sociedad Nacional de Cinematografía y allí
alguien le dijo que no, que aquello era, en realidad, el embrión de una novela.
Abasse volvió a casa y retomó la escritura. El proceso le llevó dos años:
cortó, limpió, añadió, retocó su texto, le dio vueltas, lo rehizo en fin.
“Escribía hasta que me vencía el cansancio, una costumbre que cogí en aquella
época y que aún mantengo”. De aquel frenesí salieron decenas de cuadernos.
Veinticuatro meses después, lo llevó a la editorial Nuevas Ediciones de
Senegal. Le dijeron que sí, que era excelente, que la publicarían. Ndione
estaba satisfecho. Había nacido La vida en espiral.
Sin
embargo, tuvo que esperar ocho largos años, hasta abril de 1984, para ver
publicada su obra. “A la senegalesa” comenta con ironía. El éxito es inmediato.
Seis meses después, se habían vendido todos los ejemplares y en 1985 recibe
el Premio de Novela Léopold Sedar Senghor. Un año más tarde, la lectura de La
vida en espiral se incluye en la programación de los estudios de Secundaria
de todo el país, novela de la que aparece una segunda parte en 1988. La vida
en espiral narra la historia de cinco jóvenes que viven en un pueblo
llamado Sambay (en realidad su Bargny natal) a una hora de Dakar y que pasan
todo el día fumando cannabis. Sin embargo, Ndione no se queda ahí y también
fotografía en esta obra a la clase política senegalesa y sus prácticas
corruptas.
Pero
al escritor le aguardaba aún una gran sorpresa cuando un día de 1998, diez años
después, recibe una llamada telefónica. La prestigiosa editorial francesa Gallimard
quería publicar su novela y lo hace pocos meses después. Animado por su
proyección internacional, empieza a escribir su segunda obra. “La tenía en mi
cabeza. Yo no tengo costumbre de tomar notas, pero cuando me siento sé hasta
dónde quiero llegar, sólo me falta encontrar las palabras. Me llevó un año y
medio, casi dos, darle forma a la novela”, asegura. En 2000, coincidiendo con
su jubilación, la editorial Gallimard publica Ramata, la historia
trágica de una ambiciosa mujer a la que muchos consideran la Madame Bovary
africana, que luego sería llevada al cine.
Tendrán
que pasar ocho años, hasta 2008, para que Ndione publique su tercera obra, Mbëckë
mi, basada en el drama de la emigración que en aquellos años azotaba a
Senegal. Decenas de miles de jóvenes se subían en aquella época a los
cayucos que llegaban de dos en dos o de tres en tres hasta las costas de
Canarias. Y Ndione se subió figuradamente con ellos a una de estas piraguas
y contó su azarosa travesía. “Hubo gente que me llegó a preguntar si
realmente había hecho ese viaje. Con este libro se ha hecho también un guión
para una película”, explica el autor, ya inmerso en nuevos proyectos, uno de
ellos sobre el largo conflicto de Casamance que dura ya treinta años.
“Quiero
aportar mi contribución a la búsqueda de la paz. No es posible que los
dirigentes de este país no hayan trabajado lo suficiente para conseguir acabar
con una de las guerras más fratricidas y olvidadas que existen en el mundo”,
explica. Por lo que parece, la hija del escritor, que se encarga de transcribir
al ordenador las libretas de su padre, seguirá teniendo trabajo. En sus
obras, como si fuera una paciente araña, va tejiendo una red de descripciones
precisas y sucesos cotidianos y a la vez sorprendentes en la que acaban cayendo
tanto sus personajes como sus lectores. Cronista de lo real, el escalpelo
de Abasse Ndione penetra también en los perfiles de seres humanos obligados a
desenvolverse en un mundo que los zarandea. Y al final, a uno le queda el
regusto de haber paseado por calles, sombras y esquinas que son las mismas que
nos esperan a todos en cualquier día y cualquier ciudad y, por eso, tan
extraordinarias como los cuentos que el propio Ndione escuchaba contar de niño
a Papa Lö.
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