La legalización de la interrupción
voluntaria del embarazo está sobre la mesa de trabajo del rey, que ha convocado
a los expertos a reflexionar sobre el tema
Las mujeres de Marruecos
tienen ya tradición de reivindicación de derechos. En la imagen una
manifestación en Rabat, en el origen del movimiento para pedir reformas
sociales al Gobierno de Marruecos en 2011. / Uly Martín
“Abortar no es un lujo ni un
privilegio”, afirmaba con vehemencia el director de la prestigiosa revista
marroquí TelQuel, Abdellah Tourabi, en un editorial de unas semanas atrás. El periodista
argumentaba sobre “el derecho y la libertad de elección de la mujer”, que no
interrumpe su embarazo jocosamente, sino sometiéndose a una gran violencia
física y psíquica que, en el caso de una operación clandestina, tiene
consecuencias más traumáticas aún. “Se trata de un dilema imposible y de una
libertad que una mujer desearía no ejercer jamás”, apostillaba el periodista. Y
continuaba: “Pero la ley debe estar allí para presentar una opción diferente a
la clandestinidad, el traumatismo y la culpabilidad. Otros países musulmanes,
como Túnez y Turquía, han dado a las mujeres esa libertad dentro de un cuadro
legal que organiza el aborto. Ellos no son menos musulmanes que nosotros o
están menos comprometidos con los valores culturales y espirituales. Un pequeño
esfuerzo y de reflexión no harían mal a nadie y mejorarían la vida de miles de
nuestras conciudadanas”.
Los debates sobre la
interrupción voluntaria del embarazo y su posible despenalización han vuelto al
centro de la escena marroquí tras la destitución, a mediados de marzo, del
ginecólogo Chafik Chraïbi, icono de la lucha contra el aborto clandestino. El
profesor fue cesado como jefe de servicio de la Maternidad Des Orangers, en
Rabat, tras sus declaraciones para la televisión francesa en las que
manifestaba sus convicciones y relataba las condiciones penosas en las que
llegaban a los hospitales muchas mujeres tras abortar (o intentarlo)
clandestinamente. Hemorragias, pérdida de parte de la pared uterina,
infecciones y hasta un importante riesgo para su vida son las consecuencias de
estas prácticas no regladas, que se realizan a escondidas de la autoridad y la
propia familia. A partir del cese del médico y la polémica en torno al tema, el
propio rey Mohamed VI tomó cartas en el asunto y pidió a las “partes
involucradas”, incluso a representantes del área de Derechos Humanos, una
reflexión profunda que permita modificar la ley (por ahora, solo está
autorizada la interrupción terapéutica, cuando la salud de la madre está en
peligro). El monarca se ha comprometido a seguir personalmente el dossier.
Mientras tanto, el médico
Chafik Chraïbi ha adquirido aun más notoriedad en estas semanas, al punto de
ser nombrado como una de las “veinte personalidades” que están construyendo el
Marruecos de mañana, porque militan y trabajan por cambios relevantes en la
sociedad de su época, según la revista Jeune Afrique. Entre
estas personalidades de la ciencia, la cultura, el deporte, la política y la
economía figuran algunos de los más fervientes protestones del reino
(junto a buenos aliados de la Corona), lo que habla de algunas cosas que de
verdad se mueven hacia nuevos horizontes. Cierto es que hay otras —como el
proyecto de modificación del nuevo Código Penal— que vuelven a atizar la
iracundia de los sectores laicos, porque, en el texto que se baraja, la
religión gana terreno en la vida pública cotidiana al penalizarse
comportamientos que deberían estar separados del ámbito espiritual.
Uno de esos ámbitos es
justamente el de la mujer, lo que debe ella parecer —y aparecer— en la esfera
pública; sus deseos (si es que los tuviera) y sus mandatos. El debate sobre la
sexualidad y el rol (antes que nada, los mandatos) de la mujer en el espacio
público de países con un Estado confesional es, sin duda, mucho más amplio que aborto
sí / aborto no. El derecho a la interrupción voluntaria del embarazo
constituye, en sociedades como la marroquí, apenas la punta de un iceberg que
se hunde en aguas profundas de padres que siguen permitiendo el matrimonio de
sus hijas menores de edad, océanos de incomunicación familiar y escasísima
educación sexual, deficiente cobertura pública de salud ginecológica
(difícilmente se hace una citología de control o una mamografía en un hospital
público), falta de reconocimiento de la figura de la madre soltera, condenas
penales por juicios morales como las recientes causas por adulterio iniciadas a un periodista y a su amiga
(separada pero sin el divorcio tramitado), etcétera.
Hace un par de años pasó por aguas
marroquíes el barco-clínica de la ONG Woman on waves, recibido por los activistas
marroquíes del Mouvement Alternatif pour les Libertés Individuelles (MALI),
pero estas, aunque acciones muy mediáticas (como las de las Femen, hace unos
días en en Casablanca) que pueden ayudar a visibilizar una causa, suelen
generar más rechazo que adhesiones entre la población local más tradicional.
La interrupción voluntaria del
embarazo está aquí condenada penalmente. Cuando un caso se descubre o es
denunciado, van a prisión la mujer, el médico y el anestesista que intervienen,
y se condena también a la clínica donde se practica. Hasta aquí, nada nuevo:
muchísimos países del mundo Occidental (entre ellos, casi todos los
latinoamericanos, con fuerte peso político de la Iglesia Católica) prohíben el
aborto y condenan a las mujeres que alguna vez deben padecerlo a la
clandestinidad, la insalubridad, el riesgo físico y el trauma psicológico.
Siempre, con el sesgo de la inequidad social y la desigualdad en el acceso a
los servicios básicos de salud, dependiendo del nivel socio-económico de la
paciente.
Ninguna mujer aborta
alegremente, para nadie el aborto es un método anticonceptivo ni promueve los
“excesos”, que suelen mencionar sus detractores desde la moral masculina que
trasciende épocas, países y religiones.
En esto está de acuerdo Zohra
Benelfaquih, una tangerina con más de 40 años de oficio en esto de la
ginecología y la obstetricia. Es, según ella misma informa, la primera
ginecóloga mujer que tuvo Marruecos. Se formó en Valencia, volvió y no se cansa
de trabajar en su consulta y militar por los derechos de las mujeres (“el
primero de todos, el derecho a la información”), su educación y su fertilidad,
cuando es deseada.
“El aborto es un derecho,
igual que la procreación. Es un tema de salud pública (y esto ni siquiera en
España está conseguido). La mujer que quiera tener niños, que los tenga. Esto
es una decisión de la propia mujer. Pero, ¿cómo podríamos hablar del derecho
fragmentado únicamente sobre el aborto cuando hay un montón de derechos que
están ausentes? Si la mujer no tiene derecho a elegir su pareja, no tiene
derecho a divorciarse, no tiene derecho a denunciar malos tratos o a la
igualdad en el trabajo ni en su propia casa... Todo esto debería estar incluido
en unos derechos generales, sociales, como el de asociación, el de hacer
política, el económico, la libertad de creencia. Por lo tanto, si no hay leyes
que protejan estos derechos, no podemos hablar de una parcialidad. El aborto es
un aspecto parcial. Siempre queda la posibilidad de plantear ¿Qué puedo sacar
de esta falta de derechos?”, arranca con contundencia Zohra.
“Estoy segura de que si la
mujer no tiene una autonomía económica, que se traduce en autonomía
intelectual, no podrá saber cuáles son sus derechos. ¿Qué dirán de ti si te
divorcias? ¿Con qué mantendrás a tus hijos si las leyes no contemplan una buena
manutención? Hay leyes legales, pero las sociales van paralelo. Y están
también las religiosas. La madre soltera no está reconocida en Marruecos y,
luego, encuentras bebés en la basura”, continúa.
Hijos ilegales, sin papeles de
inscripción porque no vienen de padres casados, hacen que madres y bebés sean
víctimas. “El aborto, efectivamente, debería ser un derecho de salud pública y
que la mujer que no quiera tener un hijo pueda ir a la sanidad pública”,
apostilla la doctora Benelfaquih.
Pero decir sanidad pública en
Marruecos es, unas veces, nombrar la utopía, y otras, mentar la imposibilidad
de atención y el laberinto de burocracia que solo se atraviesa billete en mano,
como sugiere un cortometraje recientemente estrenado en el Festival Nacional de
Cine de Tánger, llamado Almas corruptas, de Mehdi El Khaoudy.
De ahí el clamor en boca de
Zohra, pero que muchos médicos y no médicos suscribirían: “Todo el mundo tiene
que conocer sus derechos. Si estás en una situación de vulnerabilidad y no
tienes conciencia de tus derechos, te rindes. Aceptas lo que te piden”.
En cuanto a la práctica
cotidiana de la interrupción de embarazos no deseados, lo que hoy sucede es que
las mujeres de clase media que pueden pagarse la intervención en una clínica,
en condiciones saludables, pagan alrededor de 4.000 dirhams (unos 400 euros)
pero, también en estos casos, “como en cualquier acto quirúrgico, puede haber
complicaciones”, apunta la médica.
Médicos,
asociaciones y medios de comunicación reclaman el fin de las prácticas que
ponen en riesgo físico a las mujeres
La interrupción terapéutica sí
está contemplada por ley, cuando el embarazo puede significar una causa de
agravamiento de algún problema de salud de la madre (mujeres que están en
diálisis, con lupus, tratamientos medicamentosos contrarios a la evolución del
embrión o con cáncer, por ejemplo). Explica Zohra: “Si una mujer tiene cáncer,
yo ginecóloga y el oncólogo tenemos que certificarlo, enviar esas
certificaciones al delegado de la Sanidad Pública y al juez y que la
autorización para el legrado venga del juez. El cáncer avanza y el embarazo,
también. Estas son las dificultades. A nivel de práctica, esto es inviable”.
“La píldora del día después
aquí sí existe y se vende en farmacias, pero para quien sabe de ella”, responde
a nuestra pregunta. La doctora Benelfaquih, como los demás ginecólogos
implicados en la lucha contra la clandestinidad, abogan por la educación sexual
y la prevención. Pero sabemos que el discurso social es muy resistente.
Amplios y muchos son los
frentes femeninos de obediencia y resistencia, porque en la mayoría de los
casos son lo uno y lo otro al mismo tiempo. Es verdad que resulta difícil
abordar un derecho como el del aborto (porque el cuerpo es el de la mujer y
únicamente de ella) de manera parcial, cuando la sexualidad no se reconoce como
un asunto de mujeres en el espacio público. La propia sexualidad está en manos
de otros, toda vez que un juez y un médico puedan certificar que la psique y el
aparato genital de una niña de 13 años están “maduros” para que los padres
puedan casarla. Sin embargo, algo se mueve en el norte de África (la reforma
del código de familia, la Mudawana, fue una buena noticia, aunque con algunos
resquicios legales) y por algún lado hay que empezar, o continuar: el tema del
derecho al aborto como parte del derecho de la mujer a decidir sobre su propio
cuerpo empieza a estar en boca de los jóvenes universitarios, en los debates
públicos, en los medios, en la calle y en la mesa de trabajo del Rey.
“Hay debates que hacen crecer
a una sociedad y le permiten salir de ciertos impasses. El debate sobre
el aborto y su legalización forman parte de esta tendencia. No se trata de una
reivindicación menor, sin importancia ni efectos reales, sino sobre todo de una
necesidad (…). Mirar para otro lado y escudarse en posturas morales no permite
resolver el problema, en absoluto. Esto no hace más que agregar hipocresía a la
desgracia e incitar a la inercia allí donde hace falta actuar”, culmina el
alegato del periodista de TelQuel.
Ningún comentario:
Publicar un comentario